Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa
Adviento, tiempo de esperanza
“La espera constituye la misma trama de la vida. Es su fuerza y debilidad. Impaciente y serena, la espera es compañera de la vida en sus búsquedas y encuentros. Contiene sus secretos. A veces es su freno y su trampolín de lanzamiento, su memoria y el latido de su corazón… La espera es de algún modo nosotros mismos, con nuestras cualidades y defectos, con nuestras certezas y nuestros interrogantes, con nuestras necesidades y nuestros deseos” (E. Debuyst).
LUNES
Evangelio: Mateo 8,5-11
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión suplicándole: Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente. Jesús le respondió: Yo iré a curarlo. Replicó el centurión: Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno: ¡ve! y va; y a otro: ¡ven! y viene; ya mi criado: ¡haz esto! y lo hace. Al oírlo, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: les aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande. Por eso les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del reino de los cielos.
ORATIO
¡Ven, Señor! El mundo te necesita y necesita tu promesa; necesita que tus palabras nos instruyan en lo hondo del corazón y nos muestren los caminos de la paz. Sin ti nuestro pobre mundo sólo conocería la prepotencia y los senderos insensatos de las incomprensiones, de las divisiones y de la violencia. Pero si tú vienes a instruirnos, veremos el nacer de una nueva humanidad, una humanidad capaz de mirar a lo alto y caminar sin prevaricaciones y en solidaridad hacia un centro de atracción común.
¡Ven, Señor! Ilumina nuestros pasos con tu luz y fortalece nuestros corazones, para que tengamos la osadía de forjar podaderas de las lanzas y arados de las espadas. Sólo con tu amor podremos emplear para el bien las energías que tenemos en vez de la fuerza terrible de laceración y disgregación. ¡Ven, Señor, no tardes!
¡Ven, Señor! Esperamos tu venida en nuestras vidas; contigo tenemos luz, curación, paz. Con el centurión del evangelio te manifestamos la admiración y gratitud por haberte hecho compañero de viaje y nuestro huésped: Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8,8).
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila