Jesús ante el dolor
El evangelio de hoy nos muestra a Jesús entrando en la casa de la suegra de Pedro. En él podemos contemplar el Reino de Dios, que viene a nuestra humanidad para reconfigurarla también allí donde entran en juego los afectos, las relaciones profundas. Dios quiere llevar a cabo un intercambio íntimo con cada uno de nosotros y establecer una relación de proximidad y de comunión. Los gestos de Jesús se caracterizan por este rasgo de la proximidad; así se explica su visita a la suegra de Pedro, que está enferma; tomarla de la mano y levantarla.
Se nota en él un amor que se aproxima a nosotros en el momento del dolor, que nos coge por la mano, infundiéndonos una renovada seguridad; se advierte sobre todo una proximidad que reanima.
También nuestra verdadera madurez en la fe se muestra en la acogida del camino de la caridad, esa caridad que Dios ha usado en Cristo con nosotros, respondiendo a nuestro grito como a Job, porque nuestra vida es muy frágil.
Con todo, el rasgo de la proximidad no debe hacernos perder el sentido del misterio ni la conciencia de que Dios, aunque se aproxima a nosotros, no puede ser manipulado por nuestros deseos ni circunscrito a nuestros conocimientos y a nuestras vivencias.
Nos ilumina el ejemplo de Jesús, que «salió» hacia el desierto para orar cuando aún era de noche.
Jesús no sucumbe a la tentación del éxito y de la notoriedad como nosotros, a riesgo de ser devorado por quien reclama una «proximidad» que se convierte en pretensión de poseer a Dios y domesticarlo.
Jesús, por el contrario, «salió» para retirarse a orar; no se pone en el centro a sí mismo, sino al Padre. Jesús realiza verdaderamente su propio «éxodo» desde las expectativas de la gente, aceptando, en cambio, la difícil voluntad del Padre.
Nuestra plegaria debe ser, por eso, una búsqueda de la voluntad de Dios a ejemplo y con la ayuda de Jesús.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila