La verdadera vida, por la que vale la pena morir, es la vida eterna

     Activos y laboriosos lectores amigos: les deseo a todos que la bendición copiosa del cielo llegue a todos. Que el Dios que es todo perdón y misericordia los proteja y los guarde. Que ponga sus ojos sobre ustedes y les dé su paz.  Les ofrezco una reflexión sobre el evangelio que se lee este domingo (siete por cierto), invitándolos a no echar en saco roto esta propuesta dominical. 

      Jesús se encuentra a la orilla del mar de Galilea. Le gustaba aquel paraje. Se sentía cómodo ahí.  La gente se agolpa a su alrededor casi empujándolo hacia el agua. Querían oírlo, tocarlo, mirarlo  de cerca. Irradiaba un no sé qué de fascinación y encanto. Entonces ideó subirse a una  barca que no lejos se encontraba. Desde ahí como un púlpito  les habla de las cosas del Reino.

      Cuando concluye su plática,  ordena a Pedro que, con sus compañeros  eche las redes para pescar. Pedro le dice que  toda la noche han estado intentando pescar pero la suerte no jugó de su lado. Había sido una “mala noche”.  Los peces brillaban por su ausencia.  Y añadió,  quizá de mala gana,  “pero ya que tú lo dices o dado que tú lo dices, la echaremos”. 

      Oh sorpresa! Parecía como si la red atrajera los peces. Uno y otro y otro. Muchos. Tantos que tuvieron que solicitar ayuda para levantar las redes. Al ver esto Pedro, ya en tierra, se  echa a los pies de Jesús  en  señal de reverencia ante el fenómeno inexplicable y sagrado y le dice: “apártate de mí Señor, porque soy un pecador”.  Un reconocimiento de la divinidad de Cristo. “No temas,  desde hoy serás pescador de hombres”. Así es: Pedro dejará aquella barca, aquel mar, aquellos peces e irá por el mundo, a capturar peces, a convertir hombres y mujeres al evangelio.

      Su vida cambiará. Ellos sacaron  las barcas a tierra y, “dejándolo todo”, que no era mucho, unas barcas desvencijadas, unas redes remendadas, no importa. Para ellos era todo: familia, terruño,  “lo siguieron”. Lo siguieron para siempre. Lo siguieron como discípulos. Los siguieron con prontitud, con generosidad, hasta la predicación y la muerte. Los llamamos “apóstoles”.

      Pasando a otros tema. Amigos: en un tris tras llegamos a febrero. “Febrero loco, marzo otro poco”.  Pronostican mucha lluvia.

      Independientemente del aniversario de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos de 1917,  tenemos otras festividades.

      Por ejemplo la Presentación de Jesús en el templo el día 2, la Jornada Mundial del Enfermo el día 11 y la Cuaresma que llega temprano el 17.

       El día 5 celebramos a san Felipe de Jesús el santo mexicano muerto en Nagasaki, Japón en el año de 1597.  Al venir a México para ordenarse  sacerdote, una tempestad arrojó la nave a las costas de Japón donde al enterarse que era cristiano lo condenaron a morir. Antes de su muerte, alcanzó a escribir esta cartita. Queridos padres y amigos: la noche pasa rápida. Mañana moriré ejecutado en la cruz, pero no tengo miedo. Mi pensamiento vuela a ustedes y a mi patria querida, ahora que estoy para recibir el bautismo de sangre, recuerdo que fui bautizado en la Catedral de México y las veces que asistí a misa en San Francisco de Plateros. Lamento los años que perdí, buscando mis apetitos, egoísta y disipado. Bendito sea Dios que vino en mi ayuda y comprendí que no valía la pena vivir para eso. Quise ser misionero pero Dios me premia antes del trabajo, concediéndome dar mi vida para probar mi amor. Lamento no haber vuelto a México, aún cuando fuera apenas  un día, pero volveré. Estoy cierto de que volveré a decirles a todos que la verdadera vida, por la que vale la pena morir, es la vida eterna. Paz y bien Fray Felipe de Jesús. Dios los bendiga.  

 

Monseñor Eduardo Ackerman Durazo

Parroquia Santa María Reina de la Paz

eduardoackerman@yahoo.com.mx

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