Las dos hermanas: Martha y María

En estas dos mujeres están representadas las dos vidas: la presente y la futura, la trabajosa y la que ha llegado al descanso, la necesitada y la bienaventurada, la temporal y la eterna» (SAN AGUSTÍN, Sermón 104).

Estaban en aquella casa las dos vidas y la fuente misma de la vida: en Marta la imagen de lo presente, en María la imagen de lo que está por venir. Lo que Marta hacía, eso somos aquí; lo que María hacía, es lo que esperamos.

María y Marta designan, según Agustín, no dos posibilidades de esta vida, sino el término y el camino, el aquí y el más allá. La figura de la vida en este mundo es Marta, para todos. Y María escogió "la mejor parte" en cuanto que es tipo de lo permanente, de aquello que ya no se le quitará, de la hartura eterna por el Verbo en el nuevo mundo.

«El trabajo pasa y el descanso permanece, pero sólo se llega al descanso por el trabajo. La nave pasa y llega a la patria, pero sólo se llega a la patria por la nave. Que estemos haciendo una travesía, lo sabemos con sólo mirar a las ondas y tormentas de este tiempo. Y yo estoy cierto de que no nos hundimos, porque nos lleva el madero de la cruz"

"Había llegado María a aquella unidad que le permitía contemplar la dulzura del Señor. Sin embargo, en la noche de este tiempo, nosotros no podemos eso todavía». «Todavía sigo, todavía voy adelante, todavía camino, todavía estoy de viaje, todavía tiendo hacia adelante, aún no he llegado al término". El destino del cristiano en este mundo es el destino de Marta que servía al Señor, necesitado todavía en sus "pequeños" del servicio de los hombres.

María aparece como la oyente ejemplar de la palabra, como símbolo de aquella gran función fundamental cristiana, que es el oír, y es a la vez un "comer" espiritual, unión con el Verbo o palabra de que vive la fe. Con ello une además Agustín uno de aquellos pensamientos que lo hacen tan amable: el oyente está en lugar más seguro que el predicador, tiene "la mejor parte". Hace ya ahora lo que un día haremos todos.

El oyente de la palabra está más seguro que quien la dice. «Pero pensemos que si ya el oír es cosa hermosa, cuánto más no lo será practicar lo que se oye. Si no oyes, si descuidas el oír, no edificas nada. Pero si oyes y no obras según lo que oyes, sólo edificas un tronco mutilado» (Serm. 179,).

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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