El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea en el Hijo no verá la vida
Jueves de la segunda semana de pascua
LECTIO
Evangelio: Juan 3,31-36
Jesús le dijo a Nicodemo: El que viene de lo alto está por encima de todos. El que viene de la tierra, es tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que él ha visto y oído da testimonio, aunque nadie acepte su testimonio. Pero el que acepta su testimonio, ése certifica la veracidad de Dios. Aquél al que Dios envió habla las Palabras de Dios, y no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea en el Hijo no verá la vida…
ORATIO
Te doy gracias, Señor, por haber hecho que me encontrara hoy con esta Palabra que me recuerda el don del perdón de los pecados. Me olvido demasiado pronto de las veces que me has perdonado, de la alegría de sentirme reconciliado por ti y contigo. En el intento de «actualizar» la palabra salvación para hacerla comprensible y aceptable por los otros, por los hermanos que considero distraídos por las excesivas cosas de este mundo, corro el riesgo de olvidarme de que la salvación, si bien se refleja también en este mundo, consiste fundamentalmente en estar y en sentirse en comunión contigo. Para nosotros, pecadores, eso incluye y presupone que tú perdonas nuestros pecados.
Señor, ilumíname para que sepa hablar de tu salvación en términos comprensibles, pero, al mismo tiempo, no me olvide del núcleo insustituible de esta realidad que es estar unido contigo. Haz, sobre todo, que no pierda la esperanza de tenerte como amigo benévolo cuando, oprimido por mis culpas, me dirija tembloroso a ti: muéstrame entonces tu rostro benigno de salvador y dame tu Espíritu «para el perdón de los pecados».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿De qué modo trabajamos para la reconciliación? En primer lugar y sobre todo, reivindicando para nosotros mismos el hecho de que Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo. Pero no basta con creer esto con nuestra cabeza. Debemos dejar que la verdad de esta reconciliación penetre en todos los rincones de nuestro ser. Hasta que no estemos plena y absolutamente convencidos de que hemos sido reconciliados con Dios, de que estamos perdonados, de que hemos recibido un corazón nuevo, un espíritu nuevo, unos ojos nuevos para ver y unos nuevos oídos para oír, continuaremos creando divisiones entre la gente, porque esperaremos de ella un poder de curación que no posee.
Sólo cuando confiemos plenamente en el hecho de que pertenecemos a Dios y podemos encontrar en nuestra relación con Dios todo lo que necesitamos para nuestra mente, nuestro corazón, nuestra alma, podremos ser libres de verdad en este mundo y ser ministros de la reconciliación. Esto es algo que no resulta fácil; muy pronto volvemos a caer en la duda y en el rechazo de nosotros mismos. Necesitamos que se nos recuerde constantemente a través de la Palabra de Dios, de los sacramentos del amor al prójimo que estamos reconciliados de verdad (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio, Brescia 1997, p. 385 [trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999]).
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila