Vence la intolerancia
Un día, cerca del Templo, los fariseos y maestros de la ley llevan a Jesús una mujer que había sido hallada en “flagrante adulterio”, alegando que según la ley de Moisés debe morir apedreada. Se trataba de una maniobra legal pero injusta, que tenía en la mira sólo a la parte más débil, a la mujer. La pregunta iba con mala intención, pues querían “tener un motivo para acusar a Jesús”. Lo colocan delante del hecho: “¿Tú qué dices?” Si les diera la razón, se haría cómplice de su injusticia, apoyaría un acto cruel contra una pobre mujer y se pondría en contradicción con su misericordia, pero si los desmintiera, se pondría abiertamente contra la Ley de Moisés y perdería autoridad moral como maestro.Jesús no responde, sino que se pone a escribir con el dedo en tierra. Gesto enigmático. Ellos insisten en preguntar. No les interesa tanto la mujer, sino la reacción de Jesús. Entonces él responde: “Aquel que de ustedes no tenga pecado, que tire la primera piedra”. Jesús no discute la normativa de Moisés, sino la autoridad moral de aquellos “jueces” que, viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo, condenando a la mujer, se condenan a sí mismos.El gesto y las palabras de Jesús revelan la misericordia de Dios que en él se revela y se dona a los hombres. El perdón ofrecido a la mujer no sólo le devuelve su dignidad de persona, sino que le ofrece la posibilidad de reiniciar su existencia en forma nueva.La enseñanza de Jesús vale para todos. Que nadie tire piedras contra nadie, porque todos somos pecadores. Empecemos por “extirpar el mal” de nosotros mismos. Aquella mañana Jesús emitió un juicio válido para siempre. Queda claro que él está de parte de los débiles y en contra de los inquisidores y que él es el auténtico liberador del hombre, pues pone en el centro de la experiencia humana el amor misericordioso y no la ley. Aquel día Jesús enseñó que “no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Dejó claro que él no sólo no condena, sino que prohíbe condenar. Lo que sí hay que condenar, si hubiera que condenar algo, es el legalismo que oprime a los hombres, el fariseísmo que fomenta la hipocresía religiosa, y la intolerancia cruel que señala con el dedo, juzgando o marginando a los demás.
Monseñor Salvador Cisneros Gudiño
Parroquia Santa Teresa de Ávila