Y te llevarán a donde no quieras…
El evangelio de la aparición del Señor en la orilla del lago de Tiberíades termina con la investidura de Pedro en su ministerio de pastor. Todo lo anterior es preparación: primero la pesca malograda; luego la pesca milagrosa, tras la que Pedro se arroja al agua para llegar nadando hasta el Señor y mantenerse a su lado sobre la roca de la eternidad, mientras el resto de la Iglesia les trae su cosecha, su pesca; después es Pedro solo el que arrastra hasta la orilla la red repleta de peces. Y finalmente se le plantea a Pedro la cuestión decisiva: «¿Me amas más que éstos?». Tú, que me negaste tres veces, ¿me amas más que este discípulo amado, que tuvo el valor de permanecer junto a mí al pie de la cruz? Pedro, que es consciente de su culpa cuando el Señor le repite tres veces la misma pregunta, pronuncia un primer sí lleno de arrepentimiento, pues en modo alguno puede decir no, y toma prestada de Juan la fuerza para ello (en la comunión de los santos). Sin la confesión de este amor más grande, el Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas, no podría confiar a Pedro la tarea de apacentar su rebaño. Pues el ministerio que Jesús ha recibido del Padre es idéntico a la entrega amorosa de su vida por sus ovejas. Y para que esta unidad de ministerio y amor, absolutamente necesaria para el ministerio conferido por Jesús, quede definitivamente sellada, se predice a Pedro su crucifixión, el don de la perfecta imitación de Cristo. Desde entonces la cruz permanecerá ligada al papado, aun cuando habrá papas indignos; pero cuanto más en serio se tome un papa su ministerio, tanto más sentirá sobre sus espaldas el peso de la cruz.
Monseñor Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila