Mensaje Adviento

MENSAJE DE ADVIENTO DE LOS OBISPOS DE LA PROVINCIA DE BAJA CALIFORNIA

 

 

 

 A todos los fieles cristianos católicos de la Provincia de Baja California:

 

El Señor Jesús que viene a salvarnos llene su corazón de esperanza que nos lleve a edificar una convivencia pacífica y un mundo fraternalmente habitable donde nos respetemos y queramos como hijos amados de nuestro Padre Dios.

 

 

El Adviento nos encuentra desesperados.

 

1. Iniciamos en la Liturgia católica el tiempo de Adviento, tiempo de esperanza activa y alegre por la venida de nuestro Salvador y Señor. Es un tiempo corto pero intenso, familiar, amigable, festivo, nostálgico y soñador, profundamente mariano  y cargado de esperanza. Es un tiempo muy humano y muy divino.

 

2. Como Obispos de la Provincia Eclesial de Baja California participamos de los gozos y esperanzas de nuestro pueblo y también de sus miedos y preocupaciones por las dificultades del presente y  la incertidumbre del futuro.

 

3. Compartimos con toda la sociedad bajacaliforniana y mexicana las preguntas angustiosas acerca de la violencia asesina, desgarradora de la dignidad de las personas y de las familias, ocasionada, entre otras causas, por el narcotráfico, la impunidad,  el narcomenudeo y la drogadicción.     

 

Nos duele el sufrimiento de tanta gente inocente víctima de los estragos de la violencia intrafamiliar cotidiana, de la inhumanidad de los secuestros y de la cultura de la muerte.

 

Vemos con tristeza tantas familias desintegradas por el egoísmo y el desamor, con un presente frágil y un futuro incierto. Esto afecta  gravemente a nuestros adolescentes y jóvenes.

 

Constatamos que la realidad social, política y económica de México se degrada, se hace conflictiva, acentuando problemáticas y desafíos muy grandes en todos los campos, incluso en el religioso. Muchas de nuestras convicciones que fundamentan, sostienen y dan sentido a la vida están a la baja. ¿Y nuestra ‘bolsa de valores morales y espirituales’?

 

Y, por si fuera poco, tenemos que añadir los problemas económicos y financieros recientes que disminuyen o acaban injustamente con el patrimonio familiar logrado a base de tantos esfuerzos.

 

4. Tenemos tantos problemas y tan pocas soluciones. ¿Qué nos está pasando? ¿Qué estamos provocando que pase con nuestras malas acciones y nuestras omisiones, con nuestros miedos y cobardías? ¿Estamos condenados a vivir así el resto de nuestros días? ¿No hay futuro para las presentes generaciones?  ¿Serán otros poderes los que gobiernen nuestros pueblos y ciudades?

 

5. Percibimos también que no encontramos las respuestas rápidas que quisiéramos para solucionar  nuestros problemas. Por impotencia, ligereza, costumbre o evasión  nos estamos volviendo fríos e indiferentes ante la complejidad de nuestra situación; en ocasiones buscamos respuestas, pero no escudriñamos ni discernimos cuáles son las causas profundas para proponer soluciones y participar en lo que nos corresponde. Exigimos pero no nos comprometemos; pedimos seguridad y nos encerramos en nuestros intereses. Cada vez hay menos espacio para la solidaridad social, la convivencia familiar y la fraternidad entre vecinos.

 

6. ¿Cómo construir comunidades de base, fuertes y dinámicas en estas circunstancias? ¿Dónde fundamentar nuestra esperanza? ¿Qué aporta o debe aportar la Iglesia Católica para buscar y encontrar soluciones?

 

 

Enraizar nuestra esperanza en Jesucristo.

 

7. Pareciera que nos quedáramos en una visión pesimista y desalentadora de nuestra realidad bajacaliforniana, incapaz de ser tierra de cultivo para la esperanza. No es así. Como creyentes y pastores del pueblo de Dios proclamamos que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20) y que ni la violencia, ni los poderes del mal, ni la muerte –la más fuerte de las crisis- tienen la última palabra (cf 1Cor 15, 54-55; Rom 8,35.37).

 

8. Tenemos la certeza que viene de nuestra fe: Jesucristo es el Señor, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Él ha vencido el mal desde su raíz y ha destruido la muerte. Jesucristo es nuestra esperanza y en Él se enraíza nuestra confianza de que por Él, con Él y en Él vamos a vencer el mal y los poderes del mal.  Nuestra fe pascual nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo, del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza que no defrauda.

 

9. Somos conscientes de nuestras limitaciones, deterioros y pecados, pero tenemos la experiencia de que el Misterio de la presencia del Señor Resucitado envuelve nuestra pequeñez y nos confirma, por el Espíritu Santo, en la certeza de superar nuestros males y de convertir las diferentes crisis en oportunidades de salvación. Para eso ha venido nuestro Salvador en la primera Navidad de la historia y sigue viniendo a nosotros a través de su Palabra, los Sacramentos de la Iglesia, los pobres  y  los signos de los tiempos.

 

10. A pesar de los grandes males que nos aquejan, el Espíritu Santo sigue enseñando y recordando que Jesucristo es nuestra paz y nuestra esperanza (cf Ef 2,14); que está cerca y viene a salvarnos; que si lo amamos y nos amamos como Él no ha amado, la construcción de la ciudad terrena y la convivencia social serán fraternas y solidarias. De estos frutos encontramos muchos signos:

 

Vemos con admiración y respeto una buena parte de nuestra sociedad que lucha por la paz, se manifiesta en las calles y trabaja duro para que nuestras ciudades y pueblos sean habitables.

 

Reconocemos el valor y la audacia de nuestros legisladores de Baja California de afirmar y defender la vida humana desde su inicio en la fecundación hasta la muerte natural y plasmar el primero de los derechos humanos en la Constitución local.

 

Todavía hay personas anónimas en nuestra sociedad que abren espacios para la solidaridad y, con su testimonio, hacen efectiva la caridad que mantiene viva la esperanza en medio de injusticias y adversidades.

 

Éstas y otras luces  indican que hay una gran reserva moral en nuestras ciudades y pueblos. Son los valores morales y espirituales sembrados y cultivados por nuestros antepasados. Son signos de la victoria de Cristo resucitado que nos alientan a mantener viva la esperanza que no defrauda.

 

11. No podemos vivir sin esperanza. La esperanza no es una ilusión pasajera sino la seguridad de alcanzar un bien anhelado. Estamos hechos de esperanza. La esperanza nos hace luchar y mantenernos firmes en medio del camino. No es cualquier esperanza: es la esperanza don de Dios que entra y habita en el corazón humano, sostiene sus pequeñas esperanzas, lo fortalece interiormente, lo dinamiza y lo envía a ser mensajero de esperanza. Es la esperanza que tiene como fundamento el cumplimiento de la Palabra de Dios y la presencia actuante de Jesucristo en la historia humana. Una esperanza que sólo se apoya en las capacidades humanas se vuelve inconsistente y genera sólo frustraciones y desencantos.

 

¡Ven, Señor, a salvarnos!

 

12. El Señor Jesús nos concede vivir un Adviento especial en un tiempo marcado por situaciones nuevas y urgentes. Es un tiempo fuerte para hacernos fuertes y alimentar la esperanza en la fuente de la Esperanza: Jesucristo. Sólo así seremos profetas de la esperanza, fermento de esperanza, servidores de la esperanza, testigos creíbles de la esperanza.

 

13. Atrevámonos a esperar, despiertos y activos. No permanezcamos atados a nuestros miedos, inercias e impotencias. (cf Hech, 4,31; 5,41; 6,8). Miremos que Alguien está por llegar y viene a liberarnos del mal. Miremos que hay señales que anuncian Buenas Noticias y profetas que orientan y ayudan a leer los signos de esperanza que todavía hay en nuestro mundo.

 

14. Atrevámonos  a soñar y a realizar nuestros anhelos de paz y de concordia. Soñemos y trabajemos por un mundo nuevo,  más justo e igualitario, más pacífico, más respetuoso de la naturaleza, más misericordioso, más solidario, más creativo, más humano. Es tiempo de que el Reino de Dios prenda en el corazón humano y en todos sus ambientes e instituciones. El Evangelio tiene una potencialidad infinita para transformar corazones empedernidos y estructuras de pecado. El Evangelio es el mismo Jesucristo. ¡Dejémoslo entrar! ¡Abramos la puerta de nuestras ciudades y pueblos y podremos realizar todos nuestros sueños!

15. Atrevámonos a preparar el camino para recibir al Salvador. Donde entra el Evangelio se hace civilización y buenos ciudadanos de la ciudad terrestre. La fe en Jesucristo, si es auténtica,  humaniza la existencia de los seres humanos en sus diferentes contextos porque promueve el auténtico desarrollo humano de las personas y de los pueblos. ¡Vivamos más decidida y coherentemente nuestra identidad cristiana!

 

16. Apresuremos el paso en la contemplación del Misterio y en el seguimiento de Jesucristo para que, dejándonos guiar e impulsar por la caridad evangélica, lleguemos a ser fieles discípulos y misioneros de la esperanza en este nuestro tiempo convulso y sediento de buenas noticias. Nutrámonos de la Palabra del Señor, de la Oración y de la Eucaristía. Contemplemos a  María, la gran señora del Adviento,  y aprendamos de sus actitudes a responder con humildad, disponibilidad  y esperanza a los desafíos del tiempo presente.

 

Cuenten con nuestra oración y nuestra bendición.

 

30 de noviembre de 2008.

+ Rafael Romo Muñoz                         

   Arzobispo de Tijuana                                      

 

+ José Isidro Guerrero

Obispo de Mexicali

 

+ Sigifredo Noriega Barceló                                         

Obispo de Ensenada 

                                                   

+Miguel Ángel Alba Díaz

     Obispo de la Paz

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