LA MISIÓN DEL PROFETA

      Los profetas son llamados por Dios a irradiar con su palabra y su comportamiento la presencia de la verdad en medio de la historia. Sin embargo, su testimonio se enfrenta muchas veces con la dureza del corazón humano, haciendo que la vocación profética se convierta en un camino de martirio por la causa de Dios y del hombre.

      A las palabras de Jesús sus paisanos reaccionan con indignación y así la escena inaugural de su ministerio, que veíamos la semana anterior, se concluye con la revuelta de sus paisanos que intentan matarlo. Si Jesús no acredita sus pretensiones mediante un milagro, será un usurpador del título mesiánico y, por lo tanto, merece la muerte.

      Pero el intento falla pues aún no ha llegado su hora. El relato concluye con esta frase: “Él, abriéndose paso entre ellos, se fue”. Se fue. ¿Hacia dónde?

      El texto de Lucas no hace referencia a ningún lugar. Hay que pensar que se fue para continuar la  misión para la cual el Espíritu lo había consagrado. Primero a Cafarnaún, luego a Galilea, y finalmente a Jerusalén, ya que un profeta debe morir en Jerusalén. Pero ni siquiera la muerte lo detendrá. Jesús sigue anunciando el evangelio del reino a través de sus discípulos, “hasta los confines de la tierra”.

      Muchos hombres y mujeres en el mundo entero, como en otro tiempo Naamán el Sirio y la viuda de Sarepta, experimentarán la acción terapéutica y salvadora de Jesús y de su evangelio. En Nazaret no fue posible.

      Jesús, el Mesías-Profeta consagrado por el Espíritu para “anunciar la buena noticia a los pobres”, no conoce confines. Su palabra alcanza horizontes ilimitados en la medida en que el evangelio se proclama y se vive. Jesús es “el gran profeta que ha surgido entre nosotros, a través del cual Dios ha visitado a su pueblo”.

      Como todos los auténticos profetas, tampoco él se ha dejado condicionar por las expectativas de los hombres, ni si ha dejado encerrar por las urgencias de lo inmediato. Como verdadero profeta no ha temido a la muerte, sino que “abriéndose paso entre ellos, se fue”, caminando dócil a la Palabra y al Espíritu. El triunfo del profeta no está en el ser acogido por los hombres, sino en el ser obediente y fiel a la misión recibida.

 

Monseñor Salvador Cisneros Gudiño

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

NINGÚN PROFETA ES BIEN MIRADO EN SU TIERRA

     Jesús adopta en el evangelio la actitud del profeta; comienza provocando abiertamente a sus oyentes: les ha dicho que él es el cumplimiento de toda profecía y, para evitar toda eventual adulación por sus «palabras de gracia», Jesús declarará  enseguida que su lenguaje profético no sería reconocido «en su tierra»; pues la gente dice ya: «¿No es éste el hijo de José?»; es decir: ¿qué puede decirnos de nuevo?

      Entonces Jesús suministra las pruebas: el profeta Elías sólo pudo hacer su milagro en un territorio extranjero, y su discípulo Eliseo sólo pudo curar a un leproso sirio. Esta provocación de Jesús a sus parientes y paisanos tal vez nos parezca una imprudencia.

      ¿No habría sido preferible que Jesús hubiera comenzado diciéndoles cosas que ellos pudieran soportar y digerir para pasar después poco a poco a cosas más difíciles?

      ¿No fue el propio Jesús culpable de que sus paisanos se pusieran «furiosos» y lo empujaran fuera del pueblo con la intención de matarlo?

      Pero también posteriormente la predicación cristiana imitará la técnica de Jesús; Pedro dirá a los judíos en su discurso del templo: «Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida».

      La prudencia diplomática llega muy pronto a un punto muerto, y entonces sólo el salto hacia la verdad ayuda a progresar.

      Pablo puede citar a poetas paganos ante los sabios de Atenas, pero enseguida, bruscamente, debe hablar de Jesús, de la resurrección de los muertos y del juicio. Ninguna «inculturación» puede obviar estas verdades.

 

 

Monseñor Salvador Cisneros Gudiño

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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