MENSAJE DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO
MENSAJE DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO
A todos los católicos: Sacerdotes, Religiosos y Religiosas y Laicos fieles en Cristo, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
"Os anuncio una gran alegría…: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Cfr. Lc 2, 10-11). En Navidad nuestro espíritu se abre a la esperanza contemplando la gloria divina oculta en la pobreza de un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". (BXVI Urbi et orbi 2005). El nacimiento de un niño es una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta de Belén, una "gran luz" apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el corazón de cuantos esperaban"(Cfr. BXVI Urbi et orbi 2007), y les concedió su paz. Paz que el coro de los ángeles canta: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama" (Lc 2, 14).
La paz es un don, un bien preciado, una alegría del corazón que debemos cuidar, educar y promover. La paz no se reduce a la ausencia de violencia y conflictos, sino a la generación de una "cultura de la paz", donde todos somos "constructores de la paz". La Iglesia de manera especial está llamada a ser escuela permanente de verdad, de perdón y reconciliación para construir la paz auténtica (Cfr. DA 542).
La paz será una palabra vacía si no se funda sobre la verdad, y se construye en la justicia y la libertad, al mismo tiempo que se vivifica e integra por la caridad. La paz es una empresa que las fuerzas humanas, por más animadas que estén de buena voluntad, no pueden por sí solas llevarla a efecto, es necesario el auxilio del cielo. (Cfr. PT n. 167-168).
La paz, es ante todo, la paz del corazón, es decir, un hecho interior, espiritual y tiene una condición fundamental, la dependencia amorosa y filial de la voluntad de Dios: «¡Señor, nos hiciste para Ti y nuestro corazón no esta en paz hasta que descanse en Ti» (S. Agustín Confesiones I, 1 1, 1, PL 32, 61).
La paz no podrá tener sólidos cimientos, si en los corazones no se alimenta aquel sentimiento de fraternidad, que debe existir entre cuantos buscan un fin común. La conciencia de pertenecer a una única familia extingue en los corazones la avidez, la codicia, la soberbia, el instinto de dominar a los demás, que son la raíz de la violencia (Cfr. JXXIII Urbi et orbi 1959).
Cristo es nuestra paz, el vino a anunciarnos y a darnos la paz, con Él podemos borrar todo lo que pueda poner en peligro esta paz y ser testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno (cfr. PT n. 169-171). Para acoger la paz de Cristo se necesita la fe, se necesita humildad, la humildad de María que ha creído, la humildad de José que tuvo la valentía de la fe.
¿Quién está listo para abrirle las puertas del corazón? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo de escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante?
Sí, su mensaje de paz es para todos, viene para ofrecerse así mismo a todos como una esperanza segura de salvación. "¡Quien acepta a Cristo: Camino, Verdad y Vida, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida!”( DA 246).
Que esta Navidad la luz de Cristo brille y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la injusticia y la violencia. Que su luz se difunda por todas partes, que entre en nuestros corazones, alumbre y de calor a nuestros hogares y esperanza a nuestra ciudad y conceda a todos su paz (Cfr. BXVI Urbi et orbi 2007).
Nos auxilie la compañía siempre cercana, llena de comprensión y ternura, de María Santísima y nos enseñe a recibir a Cristo, Príncipe de la Paz.
¡Feliz Navidad! y que el Año 2009 próximo a comenzar sea pleno de logros y satisfacciones.
Con mi bendición.
+Rafael Romo Muñoz
Arzobispo de Tijuana.
Pbro. Antonio Beltrán Coronado
Secretario Canciller
Tijuana, B. C., a 19 de diciembre de 2008.