Nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse

Lunes

 

Evangelio: Lucas 8,16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz. Porque nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto. Presten atención: al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener.

 

REFLEXIÓN

Tenemos tres frases recogidas por Lucas en una sección que tiene, como hilo conductor, la Palabra de Dios. La primera es una advertencia a los discípulos, a fin de que no teman ni mantengan «prisionera» la Palabra por miedo. La segunda es otra advertencia a los discípulos de Jesús que, por alguna razón, mantienen la Palabra encerrada en su corazón o bien la comunican sólo a unos pocos iniciados: el resultado es que el anuncio queda desatendido. La  tercera aclara a las precedentes. El anuncio de la Palabra depende antes que nada de la importancia que da el discípulo a la actitud interior con que escucha la palabra: «Presten atención a cómo escuchan». Es preciso que la escucha sea adecuada, que corresponda a la importancia de la Palabra de Dios comunicada. Se puede escuchar, pero escuchar mal, y, en este caso, más que ser ocasión de crecimiento, se convierte en ocasión de juicio: «Al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener». En consecuencia, es decisivo escuchar bien, porque sólo así se enriquece el corazón.

 

ORATIO

 

Señor, concédenos tu Santo Espíritu para que podamos entrar en un verdadero diálogo contigo y acoger con generosidad tu plan de amor sobre cada uno de nosotros. Haznos solícitos a tu Palabra, para que, mientras estemos a la escucha atenta y dócil de la misma, tú, Señor, suscites en cada uno de nosotros el deseo ardiente de volver a ponernos en camino contigo, abandonando el exilio de nuestras ilusorias seguridades. Ayúdanos a redescubrir, como hiciste con los exiliados vueltos de Babilonia a la tierra de tu promesa, la alegría de emprender de nuevo contigo el trabajo de la edificación de tu pueblo, la fatiga fecunda de ser Iglesia.

Entonces experimentaremos también la liberación del miedo y seremos verdaderos y creíbles testigos, conscientes de tu llamada para ser colocados en el lucernario que da luz a todos los que están en la casa. Sólo así podremos convertirnos en un signo luminoso de esperanza para este mundo nuestro.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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