La Arquidiócesis de Tijuana celebró sus Bodas de Oro
Tijuana, B. C.- En la Arquidiócesis de Tijuana se llevó a cabo el viernes 24 de enero la Eucaristía de Acción de Gracias por el 50 aniversario de fundación de la Diócesis de Tijuana, en el Auditorio de Tijuana a las 6:00 de la tarde.
“Han sido quince meses, desde octubre de 2012 hasta ahora, día en que quisimos darle realce a la festividad de Nuestra Señora de Loreto, recordando los casi 320 años del comienzo de la evangelización en nuestras tierras por allá por el rumbo que llamamos Loreto dado que por ahí llegaron los misioneros jesuitas y desembarcaron empezando la evangelización, trayendo consigo para ir abriendo brecha y cancha a la imagen de Nuestra Señora de Loreto, por lo que a Nuestra Señora de Loreto se le debe el nombre de la población y también la evangelización en todas las Californias”, dijo el Arzobispo.
Desde octubre de 2012 se realizaron mensualmente actividades relativas al festejo de las Bodas de Oro de la Diócesis.
Recordó el Arzobispo que hace 50 años el Papa Pablo VI designó a Tijuana como cabecera diocesana y al primer Obispo: Monseñor Don Alfredo Galindo y Mendoza.
El Arzobispo Metropolitano, Don Rafael Romo Muñoz, fue acompañado por el Nuncio Apostólico, Christophe Pierre, quien presidió la eucaristía, y 16 obispos procedentes de la Provincia Eclesiástica Baja California: Obispo de Mexicali, Mons. José Isidro Guerrero Macias; y el Obispo de Ensenada, Mons. Rafael Valdez Torres.
Y de otras diócesis del país como el Arzobispo de Yucatán y quien fuera el tercer Obispo de Tijuana, Mons. Emilio Carlos Berlie Belaunzarán; el Arzobispo de Hermosillo, José Ulises Macías Salcedo; el Obispo de El Salto, Durango, Mons. Juan María Huerta Muro O.F.M.; el Obispo Emérito de Tepic, Mons. Alfonso H. Robles Cota; el Obispo de Cd. Obregón, Mons. Felipe Padilla Cardona; el Obispo de Torreón, Mons. José Guadalupe Galván Galindo; el Obispo de Huautla, Oaxaca, Mons. José Armando Álvarez Cano; el Obispo de Zacatecas, Mons. Sigifredo Noriega Barceló; el Obispo de Toluca, Mons. Francisco Javier Chavolla Ramos; el Obispo de Nuevo Casas Grandes, Mons. Jesús José Herrera Quiñones y el Obispo de Tlaxcala, Mons. Francisco Moreno Barrón. Así como de San Diego, California, Mons. Cirilo Flores.
También asistieron el Gobernador del Estado, Lic. Francisco Vega y su esposa; el Presidente Municipal, Dr. Jorge Astiazarán; y otras autoridades de los tres niveles de gobierno.
Asimismo la comunidad católica de esta jurisdicción eclesiástica: sacerdotes, religiosas (os) y laicos.
Durante la celebración eucarística 50 laicos recibieron una medalla conmemorativa al 50 aniversario de fundación por su trabajo pastoral en este jurisdicción eclesiástica, las cuales les fueron entregadas por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo Don Rafael Romo y Mons. Salvador Cisneros.
También le entregaron la medalla al Nuncio Apostólico y a los obispos, así como al Gobernador y a su esposa, y al Presidente Municipal de Tijuana.
Posteriormente continuó el festejo con una cena en el Grand Hotel.
A continuación presentamos la homilía del Nuncio Apostólico, S.E.R. Mons. Christophe Pierre:
Homilía de
S.E.R. Mons. Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México
Solemne Clausura del Jubileo por el 50° Aniversario
de la Arquidiócesis de Tijuana (Tijuana, B.C., 24 de enero de 2014)
Hermanas y hermanos todos:
"Voy a recordar la misericordia del Señor y a cantar sus alabanzas,
por todo lo que ha hecho por nosotros".
Estas palabras recogen perfectamente los sentimientos con los que hoy celebramos la eucaristía. Recordar la misericordia del Señor es deber de la Iglesia, de modo que la alabanza de Dios llene toda la tierra y los hombres reconozcan la grandeza del Creador. Dios ha tenido misericordia con el hombre al enviarle a su Hijo Jesucristo como Redentor, y desde Pentecostés hasta la Parusía la Iglesia proclamará a los cuatros vientos esta misericordia: "Bendeciré al Señor, eternamente" (Salmo). La misma cruz "habla" incluso después de la resurrección del Hijo de Dios, "y no cesa nunca de decir que Dios-Padre es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre (…). Creer en ese amor significa creer en la misericordia" (Dives in misericordia, 7).
Y ha sido precisamente que, cobijada por la misericordia de Dios y sostenida por el Espíritu Santo, esta Iglesia particular de Tijuana se ha ido desarrollando como comunidad de fe, de esperanza y de caridad. En ella y a través de ella, muchos, recibiendo el don de la fe han sido incorporados a Cristo, han conocido a Jesús y su Evangelio, se han encontrado con É1 y han madurado su fe escuchando y acogiendo la Palabra, meditándola en la oración y participando asiduamente de los sacramentos.
Por todo ello y con razón, hoy podemos hacer nuestra la oración que Jesús dirigió un día al Padre: "¡Gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!".
¡Sí, hermanos y amigos!, el trabajo ha sido mucho y arduo. La siembra ha sido abundante y los frutos, aquellos verdaderos y perennes, los conoce Dios y están en sus manos.
Por ello, junto a nuestra acción de gracias a Dios, hacemos también la ofrenda de nuestro reconocimiento a quienes nos han precedido y a quienes, hoy, se esfuerzan por ofrecer un coherente y claro testimonio de fidelidad a
Dios en su vida y en la realización de la misión encomendada. Testimonio que hoy nos mueve a confirmar ante el altar del Señor, también nuestra disponibilidad a proseguir, con renovado entusiasmo y dinamismo, la obra evangelizadora en estas tierras, edificando juntos un presente más humano y un futuro de esperanza para las generaciones venideras.
A proseguir, porque en la tarea evangelizadora siempre hay mucho por hacer. Los retos son siempre nuevos y desafiantes, y a ellos la Iglesia debe responder propositiva y valientemente; pero, además, la misión debe continuar más allá, hasta los últimas periferias geográficas y también existenciales del ser humano. Así, aunque si bien hoy clausuramos con júbilo un tiempo de la vida de esta Iglesia, el jubileo no termina; debe renovarse y debe continuar, sin gloriarse demasiado al valorar los frutos obtenidos a lo largo de este año en términos de eficacia, al estilo de las empresas mundanas. Lo importante no es el éxito pastoral conseguido, sino el que nuestros nombres estén escritos en el cielo. Los frutos de este año son de Dios y a Él corresponden. Sin embargo, este año jubilar nos ha de llevar a mostrar con creciente entusiasmo y empeño la belleza de la fe cristiana y anunciarla, no solo con la palabra sino también con el testimonio de vida. La fe se hace creíble y muestra la belleza de Dios en nuestro testimonio, en una vida honrada y santa. Los caminos de la nueva evangelización -nos decía Benedicto XVI-, son la belleza y el testimonio.
¿No es, por tanto, el momento de mirar en esa dirección?, ¿no es este momento una invitación a dar alma al mundo? Y es aquí donde la fe en Dios tiene mucho que decir. Dios da consistencia a la vida del hombre y del mundo, porque en Él hemos nacido y en Él nos movemos y existimos, a Él se encamina nuestra vida. Dios que se ha manifestado en Cristo, nos enseña el camino que lleva a la humanidad a su plenitud, y este camino es el mismo hombre. A1 hacerse hombre, el Hijo de Dios ha asumido nuestra naturaleza elevándola a su divinidad. Él es el amigo del hombre, su compañero de camino, la voz que alerta y alienta y el brazo para apoyarnos en los momentos de cansancio. Dios viene con nosotros para enseñarnos la dirección en que hemos de mirar, para que aprendamos a leer la historia, nuestra propia historia, desde sus ojos, desde su corazón.
Así, queridas amigas y amigos, este nuestro acto está llamado a convertirse en "inicio" de un renovado y permanente jubileo asumido en su sentido pleno y desde el decidido y consciente empeño por acoger a Cristo y por anunciar su Evangelio en nuestra vida y en la de nuestra sociedad. Porque, en última instancia, el verdadero Jubileo no es ni lo da el tiempo. El verdadero Jubileo, viviente y personal, es Jesucristo. Jubileo, por tanto, que es ante todo experiencia de la misericordia de Dios y experiencia de la capacidad de cambio de parte del hombre para corresponder, consciente y libremente, a la gracia divina. Experiencia, por tanto de la hermosura y grandeza del perdón misericordioso; de la belleza del cambio que se produce en la conversión.
Por otra parte, el Jubileo -que es siempre Cristo en nosotros y con nosotros-, nos acerca también a los hermanos; nos saca de la indiferencia o de esa mentalidad que induce a considerarnos jueces de los demás; una mentalidad que lamentablemente no pocos asumen impidiendo que el propio corazón se transforme en corazón de carne; un corazón capaz de amar al prójimo como a sí mismo. Y, si los otros no logran robarnos el corazón, jamás lograremos comprender cómo es el corazón de Dios, siempre misericordioso, ni viviremos en Él.
Por ello, es necesario "salir". Salir, ante todo y sobre todo de nosotros mismos. Es este el llamado que el Papa Francisco está haciendo a cada creyente y a toda la Iglesia: salir de sí mismos y salir de sí misma, dejando a un lado los miedos e intereses propios para ponerse en contacto con la vida real de las gentes y hacer presente el Evangelio, allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y trabajan.
"La Iglesia -dice el Papa-, ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás". Cosa no fácil porque "la novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida según nuestros esquemas, seguridades y gustos".
Pero el Papa Francisco no tiene miedo a la "novedad de Dios". En la fiesta de Pentecostés ha formulado a toda la Iglesia una pregunta decisiva a la que tendremos que ir respondiendo en los próximos años, comenzando ya en el ahora: "¿Estamos decididos a recorrer caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheraremos en estructuras caducas que han perdido la capacidad de respuesta?".
Hoy son muchos los hombres que viven en medio de un verdadero desierto donde falta lo esencial para vivir, donde la vida se escapa de las manos y, con ella, el sentido del ser y del existir. Por eso es deber nuestro posibilitar la vuelta de los hombres al encuentro con el Señor, llevarlo a Aquel que es la vida y que llena la nuestra de sentido y plenitud. Hay que rescatar a Dios, sacarlo de la insignificancia a la que lo hemos reducido, limpiar su rostro de las adherencias que lo han ocultado para que muestre su belleza salvadora.
Queridas hermanas y hermanos. ¡Unamos fuerzas para seguir construyendo la Iglesia, conscientes, sin embargo, de que si queremos poner cimientos sólidos, es necesario apoyarnos más y más en Cristo: camino, verdad y vida. Acercarnos a Él y permanecer fielmente unidos en Él. Esta Diócesis, que tiene ante sí el reto de consolidar la tarea llevada a cabo con tanta generosidad por quienes les han precedido, será una casa edificada sobre la roca si cada uno sigue efectivamente a Cristo con amor, y hace de Él el Señor de toda su vida, creciendo en la fe, esperanza y caridad y viviendo en todas las circunstancias de su existencia como verdadero testigo del amor.
Para comprender esto, pidamos incesantemente al Espíritu Santo el don de la verdadera sabiduría, la que distingue al discípulo como hombre prudente y sensato según la mente de Cristo. Porque son muchos, también entre nosotros, que presumen de sabios. Pero Jesús nos ha dado un criterio de discernimiento para saber dónde se encuentra la verdadera sabiduría que, en último término, se identifica con la bondad y la belleza: "por sus frutos los conocerán"; "no hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano"; "el que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca". Aprender esta lección es fundamental para construir sobre un verdadero y sólido cimiento, que, -repitámoslo-, no es otro que el mismo Cristo muerto y resucitado, piedra angular de la Iglesia y sabiduría del Padre. Edificando sobre É1, esta Iglesia Diocesana de Tijuana cumplirá con su misión en este momento histórico y podrá cantar dignamente la misericordia del Señor.
Queridas hermanas y hermanos: A1 concluir este año jubilar estamos obligados -con la gratitud del amor- a proclamar a todos los hombres el evangelio del amor que nace de la cruz. No nos avergoncemos de la cruz. Porque avergonzarse de la cruz de Cristo, es avergonzarse de Él que ha dado la vida por todos.
Encomendémonos cada día a María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, testigo fuerte y fiel al pie de la cruz, para que nos alcance la gracia de no avergonzarnos nunca de Cristo crucificado presente y vivo en los hermanos, y de permanecer siempre junto a la cruz de tantos que experimentan el dolor, la soledad y el desamparo.
Que la Eucaristía que estamos celebrando y que celebraremos día a día en todos los templos de la arquidiócesis sea, para el camino de cada una y de cada uno de sus miembros, fuerza y alimento que les ayude a ser fieles a su vocación cristiana y a vivirla coherentemente. ¡Señor, -digámosle-, que yo piense lo que tú quieres que piense; que yo quiera lo que tú quieres que quiera; que yo hable lo que tú quieres que hable; que yo actúe como tú quieres que actúe! ¡Que esta sea, Señor, mi única aspiración!
¡Ánimo pues, hermanos y hermanas y adelante! El mundo necesita ser ungido por Dios; y nosotros, cada uno de nosotros debe convertirse en mano ungidora del Dios que ama con amor eterno.
Que Él les bendiga. Bendiga a todos y cada uno; a su obispo, sacerdotes, consagrados, seminaristas, colaboradores pastorales. Bendiga a sus familias, a sus niños, jóvenes y adultos. Bendiga a todo el amado pueblo que peregrina en Tijuana, hoy y siempre.
Así sea.