El pan del cielo

De nuevo encontramos en el evangelio una parte del discurso en el que Jesús promete la Eucaristía a los suyos, y en la primera lectura una maravillosa imagen que la prefigura.

El profeta Elías está a punto de desfallecer física y espiritualmente: todo lo que ha hecho le parece inútil, sólo desea la muerte. Entonces se le ofrece en medio del desierto un alimento milagroso: un pan cocido y una jarra de agua. Y este maravilloso don se le impone: debe comer, pues de lo contrario no podrá soportar el largo camino que resta hasta el monte del Señor «Con la fuerza de aquel alimento», pudo caminar «durante cuarenta días y cuarenta noches». Lo que le aconteció al profeta debe ayudarnos a ver el don y la exigencia de Jesús como algo no imposible.

Jesús dice que él es el verdadero pan del cielo. Pero, ¿quién puede creerse esto cuando todo el mundo conoce a su padre y su madre, que demuestran que no procede del cielo? Jesús no remite aquí a sí mismo, a sus palabras y a sus milagros, sino al Padre. Al Dios en el que hay que creer y que conduce, a los que escuchan lo que dice y aprenden verdaderamente de él, al Hijo. A ese Hijo que es el único que conoce verdaderamente al Padre, el único que puede revelar su esencia y llevar a su vida eterna.

El maná al que habían aludido los judíos en modo alguno podría revelar al Padre como vida eterna, pues los que lo comieron murieron. Pero ahora que el Padre lleva al Hijo y el Hijo lleva al Padre, ahora que el Padre se da a sí mismo en el Hijo y que el Hijo en su autodonación revela el amor del Padre, la muerte terrena no tiene ya poder ni significación alguna, «la vida eterna» es infinitamente superior a la muerte corporal. Y para que todas estas palabras no sean consideradas por sus oyentes como una pura fantasía espiritual, Jesús declara para terminar: «El pan que yo daré es mi carne». Este cuerpo, que cuando sea entregado se convertirá en pan para la vida del mundo, es tan realmente palpable como realmente palpables fueron para Elías el pan cocido y la jarra de agua que aparecieron milagrosamente a su lado en el desierto.

Pablo saca las consecuencias del milagro eucarístico para los cristianos. Al igual que Cristo «se entregó por nosotros como oblación» por amor, así también su actitud eucarística debe convertirse en el leitmotiv de la vida cristiana, en la imitación del amor de Dios.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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