Optar por el reino de Dios

La orientación hacia el Reino de Dios nos exige una decisión definitiva y radical: hay que optar fundamentalmente por Dios. La sabiduría de la gente ha transformado en refrán la frase de Jesús: "Nadie puede servir a dos señores".

Jesús nos conoce bien y desenmascara directa y abiertamente las justificaciones "nobles" que nosotros solemos darnos para legitimar nuestra idolatría del dinero. Lo hace con tres comparaciones llenas de poesía: las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; sin embargo, son alimentadas; nadie, por mucho que se haya afanado, ha podido cambiar la estatura de un hombre; los lirios del campo no hilan ni tejen y, sin embargo, están muy bien vestidos.

 

Pero, ¿cómo compaginar estas evocaciones poéticas con la situación miserable en que se encuentran sumergidos centenares de millones de seres humanos? ¿No está más que justificada la inquietud del hombre, cuando todos nos preguntamos cómo podremos sobrevivir simplemente en este mundo descentrado y salvaje? ¿Nos echaremos en brazos de una magia celestial o nos conformaremos con suscribir una póliza de seguro celestial contra los infortunios temporales? ¿Y qué hacemos entonces con el espíritu de solidaridad y con la misma caridad cristiana? La primera tentación que nos sale al paso es la de dulcificar las palabras de Jesús. Pero la Palabra de Dios no se deja acomodar: la única actitud noble es la de escucharla, acogerla y dejarse transformar por ella. Veamos breve y sencillamente lo que la Palabra nos dice.

 

Jesús nos invita a hacer una apuesta. Apostar por el REINO DE DIOS quiere decir que hemos de convertirnos en luchadores natos de la persona, la vida, la libertad y la hermosura para todos. No se trata de repartir, sino de compartir el ser y la vida. Esto supone que cada uno de nosotros se libere de las ataduras del dios-dinero y se considere, como S. Pablo, un servidor del Reino, al margen de angustias e inquietudes paralizadoras, de autocríticas narcisistas y complejos de inferioridad. Porque una cosa hay firme y segura: aunque la madre se llegara a olvidar del hijo de sus entrañas, Dios Padre no se olvida de cada uno de nosotros. Si nos mantenemos, pues, en la lógica del Reino las otras cosas nos serán añadidas, porque brotarán del corazón en que no reina la angustia, sino que reina la paz.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

También te podría gustar...