Proclamar a Jesús

El evangelio de hoy, en el que Jesús aparece caminando sobre las aguas del lago en medio de la noche y de la tempestad, comienza con su oración «a solas, en el monte» y termina con un auténtico acto de adoración a Jesús por parte de los discípulos: «Se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios». 

Su mayestático caminar sobre las olas, su superioridad aún más clara sobre las fuerzas de la naturaleza (pues permite que Pedro baje de la barca y se acerque a él) y finalmente la revelación de su poder soberano sobre el viento y las olas, muestran a sus dubitativos discípulos, mejor que sus enseñanzas y curaciones milagrosas, que él está muy por encima de su pobre humanidad, sin ser por ello, como creen los discípulos, un fantasma. 

O mejor: el es un hombre como ellos, como demostrará drásticamente su pasión, pero lo es con una voluntariedad que revela su origen divino. 

Desvelar su divinidad para fortalecer la fe de los discípulos puede formar parte de su misión, pero también forma parte de esa misma misión velarla la mayoría de las veces y renunciar a «las legiones de ángeles» que su Padre le enviaría si se lo pidiera (Mt 26,S3). 

Y tanto esta renuncia como el dolor asumido con ella demuestran su divinidad más profundamente que sus milagros. 

Se trata aquí de iniciaciones a la fe: ante el aparente fantasma del lago, los discípulos deben aprender a creer, por el simple «soy yo» del Señor, en la realidad de Jesús; y Pedro, que baja de la barca, tiene miedo de nuevo y empieza a hundirse, se hace merecedor de una reprimenda por su falta de fe. 

En lugar de pensar en lo que puede o no puede, debería haberse dirigido directamente, en virtud de la fe que le ha sido dada, hacia el «Hijo del Hombre». 

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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