El programa de Jesucristo
Cuando Jesús presenta el programa de su misión, no es solamente el mundo el que se escandaliza de la cruz, sino también la Iglesia.
Esta Iglesia se compone de hombres, todos los cuales querrían huir lo más lejos posible y durante el mayor tiempo del sufrimiento.
Todas las religiones, excepto el cristianismo, responden a esta preocupación: ¿Cómo se puede evitar el sufrimiento? Cristo, por el contrario, se ha hecho hombre para sufrir más de lo que nadie ha sufrido nunca.
El que quiere impedírselo es un adversario. Y éste oirá decir a Jesús carga con tu cruz, por amor a mí y a tus hermanos, por cuya salvación hay que sufrir. Tu salvación no consiste en liberarte del dolor, sino en sacrificarte constantemente por los demás, que no es posible sin dolor y sin cruz.
El anuncio de la palabra para el profeta Jeremías es también algo casi insoportable. Tiene que reprender al pueblo por su injusticia y «gritarle»: «Violencia y destrucción».
Pero sólo consigue el oprobio y el desprecio de todos. Y siente que su misión es inútil. Ya no quiere pensar más en la palabra de Dios, ni hablar jamás de ella. Pero entonces la palabra le quema, es como fuego ardiente en sus entrañas.
También el cristiano debe hablar y exponerse a ser el hazmerreír del pueblo; debe exponerse al desprecio de los que le rodean, de la opinión pública, de los medios de comunicación.
La tentación de callar, de dejar que el mundo siga su curso, es ciertamente grande. El mundo camina de todos modos hacia su ruina: ¿de qué sirven las palabras?, ¿para qué hablar más?
Pero debemos resistir en medio de las injurias y de las burlas de los hombres para seguir a Cristo. Jesús tomó sobre sí mismo el rechazo del mundo y lo venció desde la cruz.
Pablo resume la tarea de los cristianos: éstos deben, por la misericordia de Dios, ofrecer sus propios cuerpos como hostias vivas y santas, y en eso consiste el culto verdadero, el culto conforme a Cristo. La entrega de toda la vida es la única celebración verdadera de la misa.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila