No cerréis esa puerta
PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
No cerréis esa puerta
Martes 17 de marzo de 2015
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 12, viernes 20 de marzo de 2015
La Cuaresma es tiempo propicio para pedir al Señor, «para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia», la «conversión a la misericordia de Jesús». Demasiadas veces, en efecto, los cristianos «son especialistas en cerrar las puertas a las personas» que, debilitadas por la vida y por sus errores, estarían, en cambio, dispuestas a recomenzar, «personas a las cuales el Espíritu Santo mueve el corazón para seguir adelante».
La ley del amor está en el centro de la reflexión que el Papa Francisco desarrolló, el martes 17 de marzo, por la mañana, en Santa Marta, a partir de la liturgia del día. Una Palabra de Dios que parte de una imagen: «el agua que cura». En la primera lectura el profeta Ezequiel (47, 1-9.12) habla, en efecto, del agua que brota del templo, «un agua bendecida, el agua de Dios, abundante como la gracia de Dios: abundante siempre». El Señor, en efecto, explicó el Papa, es generoso «al dar su amor, al sanar nuestras llagas».
El agua está presente también en el Evangelio de san Juan (5, 1-16) donde se narra acerca de una piscina —«llamada en hebreo Betesda»— caracterizada por «cinco soportales, bajo los cuales estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos». En ese sitio, en efecto, «había una tradición» según la cual «de vez en cuando bajaba del cielo un ángel» a mover las aguas, y los enfermos «que se tiraban allí» en ese momento «quedaban curados».
Por ello, explicó el Pontífice, «había tanta gente». Y, así, se encontraba también en ese sitio «un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años». Estaba allí esperando y Jesús le preguntó: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua, cuando viene el ángel. Para cuando llego yo, otro se se me ha adelantado». Es decir, quien se presenta a Jesús es «un hombre derrotado» que «había perdido la esperanza». Enfermo, pero —destacó el Papa Francisco— «no sólo paralítico»: estaba enfermo de «otra enfermedad muy mala», la acedia.
«Es la acedia la que hacía que estuviese triste, que sea perezoso», destacó. Otra persona, en efecto, hubiese «buscado el camino para llegar a tiempo, como el ciego en Jericó, que gritaba, gritaba, y querían hacerle callar y gritaba más fuerte: encontró el camino». Pero él, postrado por la enfermedad desde hacía treinta y ocho años, «no tenía ganas de curarse», no tenía «fuerzas». Al mismo tiempo, tenía «amargura en el alma: “Pero el otro llega antes que yo y a mí me dejan a un lado”». Y tenía «también un poco de resentimiento». Era «de verdad un alma triste, derrotada, derrotada por la vida».
«Jesús tiene misericordia» de este hombre y lo invita: «Levántate. Levántate, acabemos esta historia; toma tu camilla y echa a andar». El Papa Francisco describió la siguiente escena: «Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Pero estaba tan enfermo que no lograba creer y tal vez caminaba un poco dudoso con su camilla sobre los hombros». A este punto entraron en juego otros personajes: «Era sábado, ¿qué encontró ese hombre? A los doctores de la ley», quienes le preguntaron: «¿Por qué llevas esto? No se puede, hoy es sábado». Y el hombre respondió: «¿Sabes? Estoy curado». Y añadió: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla”».
Sucede, por lo tanto, un hecho extraño: «esta gente en lugar de alegrarse, de decir: “¡Qué bien! ¡Felicidades!”», se pregunta: «¿Quién es este hombre?». Los doctores comienzan «una investigación» y discuten: «Veamos lo que sucedió aquí, pero la ley… Debemos custodiar la ley». El hombre, por su parte, sigue caminando con su camilla, «pero un poco triste». Comentó el Papa: «Soy malo, pero algunas veces pienso qué hubiese sucedido si este hombre hubiese dado un buen cheque a esos doctores. Hubiesen dicho: “Sigue adelante, sí, sí, por esta vez sigue adelante”».
Continuando con la lectura del Evangelio, tenemos a Jesús que «encuentra a este hombre más tarde y le dice: “Mira, has quedado sano, pero no vuelvas atrás —es decir, no peques más— para que no te suceda algo peor. Sigue adelante, sigue caminando hacia adelante”». Y el hombre fue a los doctores de la ley para decir: «La persona, el hombre que me curó se llama Jesús. Es Aquel». Y se lee: «Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado». De nuevo comentó el Papa Francisco: «Porque hacía el bien también el sábado, y no se podía hacer».
Esta historia, dijo el Papa actualizando su reflexión, «se repite muchas veces en la vida: un hombre —una mujer— que se siente enfermo en el alma, triste, que cometió muchos errores en la vida, en un cierto momento percibe que las aguas se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo; u oye una palabra». Y reacciona: «Yo quisiera ir». Así, «se arma de valor y va». Pero ese hombre «cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las puertas cerradas». Tal vez escucha que le dicen: «Tú no puedes, no, tú no puedes; tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a la misa del domingo, pero quédate allí, no hagas nada más». Sucede de este modo que «lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, los cristianos con psicología de doctores de la ley lo destruyen».
El Pontífice dijo estar disgustado por esto, porque, destacó, la Iglesia «es la casa de Jesús y Jesús acoge, pero no sólo acoge: va a al encuentro de la gente», así como «fue a buscar» a ese hombre. «Y si la gente está herida —se preguntó—, ¿qué hace Jesús?, ¿la reprende diciéndole: por qué está herida? No, va y la carga sobre los hombros». Esto, afirmó el Papa, «se llama misericordia». Precisamente de esto habla Dios cuando «reprende a su pueblo: “Misericordia quiero, no sacrificios”».
Como es costumbre, el Pontífice concluyó la reflexión sugiriendo un compromiso para la vida cotidiana: «Estamos en Cuaresma, tenemos que convertirnos». Alguien, dijo, podría reconocer: «Padre, hay tantos pecadores por la calle: los que roban, los que están en los campos nómadas… —por decir algo— y nosotros despreciamos a esta gente». Pero a este se le debe decir: «¿Y tú quién eres? ¿Y tú quién eres, que cierras la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer, que tiene ganas de mejorar, de volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha obrado en su corazón?». Incluso hoy hay cristianos que se comportan como los doctores de la ley y «hacen lo mismo que hacían con Jesús», objetando: «Pero este, este dice una herejía, esto no se puede hacer, esto va contra la disciplina de la Iglesia, esto va contra la ley». Y así cierran las puertas a muchas personas. Por ello, concluyó el Papa, «pidamos hoy al Señor» la «conversión a la misericordia de Jesús»: sólo así «la ley estará plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos».