San Juan Diego, testimonio para construir la nación mexicana
S.E. Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Hoy celebramos la memoria de san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, a quien la Santísima Virgen de Guadalupe eligió para hacer saber al obispo de México, fray Juan de Zumárraga, que era su deseo que en el cerro del Tepeyac se le construyera un templo para mostrar a toda la gente su amor, auxilio y defensa, y dejarnos su imagen estampada en una tilma.
Según algunos historiadores, Juan Diego nació en Cuauhtitlán hacia 1474. Él y su esposa Malitzin, que murió dos años antes de las apariciones de la Inmaculada, fueron preparados para recibir el Bautismo por Fray Toribio Paredes de Benavente. Una de sus hijas fue religiosa clarisa. Juan Diego poseía casas y tierras heredadas de sus padres y abuelos, por lo que tenía la responsabilidad del bienestar de las familias de sus trabajadores.
En 1531 Santa María de Guadalupe se le apareció para encomendarle la misión antes citada, pidiéndole confiar en la primacía de la gracia, expresada en las palabras de la Virgen Morenita: ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?
Así, pese a que los primeros intentos no dieron resultado, y además su tío Bernardino estaba enfermo, Juan Diego cumplió los deseos de su Señora, llevando al obispo en su tilma, las flores y la imagen de Santa María de Guadalupe, milagrosamente estampada en ella.
Al canonizar a san Juan Diego el 31 de Julio de 2002, el beato Juan Pablo II dijo: “Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo… Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana”.
Imitemos a san Juan Diego; y contando con su intercesión, escuchemos la voz de Santa María de Guadalupe, que nos conduce al encuentro con Cristo, para que como él, firmes en la Barca de Pedro, con el testimonio de una vida santa, seamos constructores de unidad; de esa unidad que es fruto del amor a Dios y al prójimo.