Vivir la transfiguración

Aunque en Cuaresma se utiliza el color morado en las vestiduras litúrgicas, sin embargo, apoyados en el relato evangélico que se lee hoy, se puede decir que es un domingo de color blanco.

Lo blanco evoca la inocencia, la alegría, la admiración. Es color de vida y de luz, opuesto al negro, color de tinieblas y de luto. Es significativo que el color blanco, con referencia a Cristo, no aparece durante su vida terrena, excepto en el momento privilegiado de la transfiguración; "sus vestidos se volvieron blancos como la luz" cuando en la cumbre del Tabor desveló su gloria.

En esta teofanía, similar a la del Sinaí, Cristo brilló con luminosidad nueva. Los que serían testigos de la agonía en la noche negra de Getsemaní son los que ahora ven su gloria resplandeciente y blanca.

Al monte Tabor se le compara normalmente con el Sinaí, donde la irradiación fulgurante de Yahvé coronaba la montaña y volvió radiante el rostro de Moisés. Pero el monte de la Transfiguración hace referencia también al Calvario. Son dos cimas de glorificación, a las que hay que ascender. Quién quiera contemplar, como Pedro, Santiago y Juan, la gloria de Dios, tiene que subir como Cristo al Calvario de la fidelidad y de la entrega. La cruz es la gloria del cristiano.

Para que el hombre pueda transfigurarse y resplandecer tiene que escuchar al Hijo predilecto de Dios. Toda la Cuaresma es una escucha intensa de la Palabra que salva; imitando a San Pedro, el cristiano debería exclamar: ¡qué hermoso es vivir este tiempo de gracia y renovación, para bajar al valle de lo cotidiano pertrechados de una gracia y fuerza nueva!

Así un día podrá subir al definitivo Tabor de los cielos después de haber caminado por la vida manifestando en todo la gloria de Dios.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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