“Custodiar la memoria histórica de nuestro Pueblo”
Pastoral de la Comunicación.- El Obispo de Roma en varias alocuciones ha señalado la trascendencia de la memoria histórica de un pueblo, nación e incluso de la propia vida. Custodiar la memoria, sin “disolver” el pasado doloroso ya que “los pueblos, en efecto, tienen una memoria, como las personas.
En este contexto, la reflexión compartida por Mons. Arizmendi Esquivel, Obispo Emérito de SCLC, contextualiza esta memoria histórica referida a la petición de perdón de la Iglesia respecto a los pueblos originarios, resalta como San Juan Pablo II pidió perdón en 1992 cuando en República Dominicana reconociera “con toda verdad los abusos cometidos debido a la falta de amor de aquellas personas que no supieron ver en los indígenas a hermanos e hijos del mismo Padre Dios”, pidiendo, “en nombre de Jesucristo, como Pastor de la Iglesia”, que “perdonen a quienes los han ofendido, que perdonen a todos aquellos que durante estos quinientos años han sido causa de dolor y sufrimiento para sus antepasados y para ustedes”.
En consecuencia, subraya como el Papa emérito Benedicto XVI siguiendo los pasos de su predecesor también pidió perdón en 2007 de regreso de su Viaje Apostólico a Brasil durante la Audiencia General, que “el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del continente latinoamericano: no es posible – decía Benedicto – olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables —por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca— no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos”.
En el actual Pontificado el Papa Francisco en Bolivia (2015) manifestó: “Les digo, con pesar: Se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano, y también quiero decirlo. Al igual que San Juan Pablo II, pido que la Iglesia -y cito lo que dijo él- ‘se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos’. Y quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II: Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América. Y junto a este pedido de perdón, para ser justos, también quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abundante, y por eso pedimos perdón, pero allí también donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios. Les pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos obispos, sacerdotes y laicos, que predicaron y predican la Buena Nueva de Jesús con coraje y mansedumbre, respeto y paz, sin olvidar a las monjitas que anónimamente recorren nuestros barrios pobres llevando un mensaje de paz y de bien, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas incluso hasta el martirio”.
En efecto, en su visita a México el mismo Obispo de Roma en San Cristóbal de Las Casas el (15 febrero 2016) concluyó, pidiendo perdón, “también por nuestros pecados presentes, que son los que dependen de nosotros. En vez de seguir atropellando y discriminando a los pueblos originarios, démosles el lugar que Dios mismo les ha dado”.