Jubileo de 50 años de ministerio sacerdotal de Mons. Ackerman

Entrañables amigos lectores: vaya para todos un saludo cordial, reiterándoles mi deseo de servirles en la parte que me corresponde de la evangelización, y el acompañamiento en su fe y en su vida cristiana.  Que Dios los conserve sanos y salvos hasta el día de su venida, unidos siempre sobre todo a su querida familia, motivo de sus afanes y de su amor. 

Como tengo por costumbre adelantarles algunos dichos o refranes, esta no va a ser la excepción. Aquí van algunos para ir entrando en materia. “El muerto al pozo y el vivo al gozo”. “Dime con quién andas y te diré quién eres”. “Dime de lo que presumes y te diré de lo que adoleces”. “Santo que no es visto no es adorado”. “Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no le alumbre”. “En el pedir está el dar”.  “Agua que no haz de beber, déjala correr”.  “Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no le alumbre”.  “Quien a buen árbol se acerca, buena sombra le cobija”. “Árbol que crece torcido, jamás su rama endereza”.

Bueno, continúo  con este pequeño bello relato. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo – me recomendó-. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.  Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas”.

Este es el comienzo de la famosa novela Pedro Páramo, quizá la mejor novela que se haya escrito en México. El autor es Juan Rulfo.

Por cierto mis amigos, debo confesarles que la semana pasada no me fue posible escribirles la carta que acostumbro. Les digo porqué. Me encontraba en Manzanillo, Colima. Entonces le llamé a la  secretaria Lety pidiéndole que a su vez llamara a la imprenta para pedirles que repitieran la carta que ya había puesto la semana pasada. Así lo hizo.  Sucede que me tomé unos días de descanso y me fui a visitar unos amigos colegas  que tengo en el (pequeño) estado de Colima. Yo no conocía. Me hicieron el favor de pasearme y pude admirar sus bellezas. Lugares como Comala,  Nogueras, Colima la capital, Manzanillo, Tecomán,  Cuyutlán, Suchitlán, y otros sitios.

Admiré  con asombro sus valles, sus campos sembrados de palmas de coco, cañaverales, limoneras,  papaya, mango,  platanares. También sus lagunas, su mar, sus playas como las Hadas, sus montañas  y divisar a lo lejos el volcán o el nevado. Pude ver una región industriosa. 

Conocí la catedral de Colima, sus plazas hermosas. Me llamó la atención en particular la Hacienda de Nogueras que guarda tesoros artísticos de un artista de apellido Rangel.

Recuerdo que de Colima es Mons. Puente Ochoa, don Oscar Genel que murió hace poco, don José León Toscano ya fallecido y conocido como “la cotorra”, entre otros.  En particular conocí Comala que se menciona en el libro citado. 

Amigos: acabamos de celebrar el Jubileo de los 50 años de que fuera creada la Diócesis de Tijuana.  Pudimos dar gracias a Dios por la fe que se sembró en estas tierras y por tantas personas, hombres y mujeres que a lo largo de tantos años han sembrado la semilla de la palabra.

Quiero decirles que este año este servidor también está dando gracias al cielo por celebrar mi jubileo de 50 años de ministerio sacerdotal.  Agradezco sus oraciones.

 

Mons. Eduardo Ackerman

Parroquia Santa María Reina de la Paz

Director del Semanario Presencia

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