La Pasión de Jesús, según San Lucas

1. El testamento.

La institución de la Eucaristía, que constituye el preludio de la pasión, aparece en el evangelio de Lucas acompañada de una amplia declaración de Jesús que parece un testamento. Así a los discípulos se les confía la tarea de asumir la responsabilidad de velar por la venida del reino de Dios: «Les transmito el Reino»; pero esta tarea sólo puede ser asumida con el espíritu genuino de la autoridad de Jesús, que se distingue de todo ejercicio de poder mundano: el primero entre ustedes «pórtese como el menor», y el mismo Jesús está «en medio de ustedes como el que sirve». Pedro será el primero según el ministerio, pero sólo podrá ser el que sirve, el que «da firmeza a sus hermanos», cuando Jesús haya pedido por él, que le negará tres veces. Lo que será en verdad el servicio de Jesús, se expresa con las palabras del profeta Isaías: «Fue contado con los malhechores», y ahora sus enemigos tienen sobre él «el poder de las tinieblas». En la fuerza y la confianza su pasión no habría sido un sufrimiento completo, por eso Lucas describe de una manera tan realista la angustia del monte de los olivos.

2. La participación.

Jesús sufre solo; los discípulos, representados por Pedro, no le acompañan. Pero en el relato de Lucas aparece un ángel en el monte de los olivos para animar a Jesús. Sólo puede tratarse de una confortación para mantenerse firme en la extrema debilidad, para soportar lo insoportable: tener que beber el cáliz de la ira de Dios contra el pecado. En el viacrucis lo siguen mujeres que lloran por él, pero Jesús las rechaza aludiendo a la suerte próxima e ineluctable de Jerusalén, que «no ha querido reconocer su día» y por eso quedará «abandonada» a su destino. Otra cosa es la acción de Simón de Cirene: aquí se trata de llevar la cruz al menos externamente, pero con las fuerzas de un hombre normal, que ciertamente son muy distintas de las del que ha sido flagelado casi hasta la muerte. Y finalmente otro hombre, uno de los malhechores crucificados con él, se vuelve 

La Pasión de Jesús,  según San Lucas (2)

hacia Jesús para dirigirle una auténtica súplica. Este sabe algo de la participación, está «en el mismo suplicio», pero distingue muy bien entre su sufrimiento, totalmente merecido, y el sufrimiento totalmente distinto «del que no ha faltado en nada». Aquí algo de la gracia divina del sufrimiento de la cruz puede fluir ya hacia un recipiente preparado. Y sigue fluyendo tras la muerte de Jesús: el centurión es tocado por la gracia, e incluso se dice que «toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho». 

3. Las palabras de salvación.

Mientras que Mateo y Marcos sólo refieren el grito del abandono («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»), las palabras que Lucas pone en boca de Jesús en la cruz son diferentes. Son como la traducción en palabras pronunciadas de lo que el Verbo de Dios opera y siente esencialmente en su pasión. Primero la súplica al Padre: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Los judíos están ciegos, no reconocen a su Mesías; los paganos hacen lo que repiten miles de veces por imperativos profesionales: crucificar a un presunto malhechor por orden de la autoridad militar. Nadie sabe quién es Jesús en realidad. La súplica de Jesús quiere disculpar a los culpables y encuentra razones para ello. Las palabras dirigidas al buen ladrón son una parte de la gracia del perdón merecido mediante la cruz. Las palabras que Cristo ha pronunciado inmediatamente antes de morir: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», sustituyen al grito del abandono que aparece en Mateo y Marcos: aunque el Hijo ya no siente al Padre y no percibe el calor de sus manos, Jesús no tiene ningún otro sitio donde reclinar su cabeza, donde recostarse en el momento de morir. En las palabras de Jesús en la cruz, Lucas hace irradiar visiblemente la gracia que Jesús adquiere para nosotros con su pasión. 

Monseñor Salvador Cisneros Gudiño

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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