La eucaristía y el Espíritu Santo

La eucaristía se orienta en última instancia a una comunión plena con Cristo. La participación en el cuerpo y la sangre del Señor no son sino un medio para lograr esa comunión «espiritual» con Cristo, es decir, para alcanzar esa fusión plena de nuestro espíritu con el suyo, de nuestra persona con la suya. 

Por eso afirma el Evangelio de Juan que la carne no aprovecha para nada si no nos lleva a participar del Espíritu, de la forma de ser y de actuar de Cristo (cf. Jn 6,63). La eucaristía es un acontecimiento espiritual, por el que nos incorporamos al Señor resucitado a la vez que participamos de su Espíritu. 

La comunión es, pues, no sólo una comunión en el cuerpo y sangre de Cristo, sino también en su Espíritu. Y por ello es también una comunión eclesial, porque la Iglesia no acaece más que ahí donde el Espíritu de Cristo congrega a una comunidad vivificándola y aunándola en un único cuerpo. 

Tres son las principales funciones del Espíritu en el misterio de la salvación: la universalización de la obra de Cristo, su actualización y su personalización o interiorización. 

Por la resurrección y la ascensión no sobreviene una radical cercanía y una presencia que, por obra del Espíritu, se convierte en un encuentro personal más profundo que el que se daría con el Jesús histórico, pues acaece por interiorización de esa presencia. 

La nueva presencia eucarística, propia del Resucitado, es una presencia esencialmente comunicativa, de intercomunión vital, por la que él nos asume incorporándonos a su propia vida y nosotros vivimos por él y en él. Implica, pues, una divinización del hombre, que es a la vez su humanización plena. 

En la eucaristía se requiere la comunión con el Espíritu de Cristo para poder percibir su presencia. Sólo en ese vínculo de amor englobante puede darse la presencia recíproca como presencia auténticamente personal: presencia no sólo del Señor a su Iglesia, sino también de ésta a él. 

En el Nuevo Testamento, el Espíritu es con frecuencia vinculado a la comunión. Es el vínculo de amor que funde en una comunión indisoluble al Padre y al Hijo; misterio que encuentra en la Iglesia, y dentro de ella en la celebración eucarística, su plasmación. 

Se trata de una presencia de Cristo a su Iglesia y de ésta a Cristo que implica, por una parte, la donación personal de Cristo a su comunidad, pero, a la vez, la apertura y la acogida de ésta, así como su donación en respuesta.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

También te podría gustar...