Rostros sufrientes en nuestra ciudad
La dura situación que se vive en nuestra ciudad nos debería llevar a contemplar los rostros sufrientes de nuestros hermanos.Entre ellos están las comunidades indígenas, que en muchas ocasiones no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres que son excluidas, en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil ligada muchas veces al turismo sexual.Miles de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre. Nos preocupan también quienes dependen de las drogas, las personas con capacidades diferentes, los portadores y víctimas de enfermedades graves y VIH-SIDA, que sufren de soledad y se ven excluidos de la convivencia familiar y social.No olvidamos tampoco a los secuestrados y a los que son víctimas de la violencia, del terrorismo, de conflictos armados y de la inseguridad ciudadana. También los ancianos, que además de sentirse excluidos del sistema productivo, se ven muchas veces rechazados por su familia como personas incómodas e inútiles. Nos duele, en fin, la situación inhumana en que vive la gran mayoría de los presos, que también necesitan de nuestra presencia solidaria y de nuestra ayuda fraterna.Una globalización sin solidaridad afecta a los sectores más pobres. Ya no se trata del fenómeno de la explotación, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en la periferia, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables”.
Mons. Salvador Cisneros G.
Parroquia Santa Teresa de Ávila