Vayan por todo el mundo

Las lecturas de la fiesta de la Ascensión giran en torno a un único misterio: que la vuelta de Jesús al Padre es al mismo tiempo el envío de la Iglesia al mundo entero.

El texto de los Hechos de los Apóstoles cancela la esperanza ingenua de los discípulos según la cual el Señor resucitado iba a restaurar sobre la tierra el reino de Dios, en el que ellos ocuparían automáticamente los puestos de honor.

Para ellos está reservado algo más grande: deben consagrarse por entero a la construcción de ese reino: el Espíritu Santo les dará la fuerza para ello y serán los testigos de Jesús «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo». Para abrirles este espacio tan amplio como el mundo, desaparece la figura visible de Jesús: el punto central ya no estará allí donde él era visible, sino en cualquier lugar donde su Iglesia dé testimonio de él y se entregue por él.

El evangelio completa el relato de la ascensión del Señor con dos aspectos: mientras que la misión tiene la misma amplitud universal («vayan al mundo entero»), no se promete a los discípulos que encontrarán fe por todas partes: no son ellos los que confieren la fe mediante su predicación, sino Dios mismo, siempre que el hombre acepte su gracia. Pero el hombre puede también resistirse a creer y rechazar la gracia por su culpa, no por la culpa de los predicadores, excluyéndose de la salvación.

Después les promete, como signo de que cuando predican obedecen al Espíritu Santo, una protección y un poder especiales, aunque ellos han de atribuir sus éxitos no a sí mismos sino al Señor que los envía, y lo mismo vale para los que crean por medio de ellos.

Y una vez más, con esta orden y esta promesa, el Señor ha dicho lo último, lo que la Iglesia tendrá que saber, cumplir y esperar hasta el fin de los tiempos: por eso también inmediatamente después de estas palabras se produce su ascensión a los cielos.

 

Mons. Salvador Cisneros G.

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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