Si te invitan a un banquete de bodas
Sábado 30 de octubre
Evangelio: Lucas 14, 1-6
En aquel tiempo, Jesús al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
ORATIO
¿Cuál es hoy mi sitio, Señor? ¿Cómo puedo orientarme en las decisiones importantes, esas que expresan de modo claro mi identidad de hombre o mujer creyente?
El mundo me sacude a derecha e izquierda: con mil enseñas brillantes me atrae a sus redes, imponiéndome tomar posición. Cada una compite para hacerse con mi atención, con mi tiempo, con mi consentimiento, con mi inteligencia, con mis brazos, con mis votos y, sobre todo, con un pedazo de mi cartera… Con sonrisas amistosas, la vida de hoy me invita con los brazos abiertos a que me acomode en su banquete, hasta tal punto que es casi imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi salvación y la de mis hermanos. Es más fácil desvincularse de la presa y buscar soluciones de pequeño cabotaje, volar bajo, buscar el compromiso, contentarse con vivir al día. O, incluso, tomar partido de una vez por todas: es mejor un beneficio egoísta inmediato que esperar hasta quién sabe cuándo, que ilusionarse con que un día alguien salga afuera y me diga: «¡Amigo, pasa más adelante! ¡Tú mereces más: eres una persona valiosa!».
¡Pero tu Palabra no deja escapatoria! Me inquieta, me ilumina, me infunde ánimo. Me impone vigorosamente confrontarme con la verdad de mí mismo -y con la Verdad que eres tú, oh Señor-. Me llama a la humildad (que no es autodenigración), me presenta la promoción de los hermanos, me ensancha los horizontes hasta los confines escatológicos. Gracias, Señor, por esta luz que no disminuye. Permanece siempre cerca y llévame de la mano a ocupar mi sitio.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila