El nuevo lenguaje del Papa

La revolución tranquila de Francisco se basa en la vida y en el testimonio. Enamorado de Cristo, el Papa lo transparenta. Con naturalidad, con sencillez. Como un cura de pueblo. Al Papa-párroco se le entiende todo. Porque ha cambiado el lenguaje alambicado y estereotipado del alto clero por la forma de hablar sencilla, cordial y cercana de los sacerdotes. Habla con el lenguaje de la calle.

Habla como un pastor. Ha bajado de la cátedra para ponerse al nivel de la calle y caminar con las ovejas. Sabe su nombre, las conoce y no le cuesta conectar con su forma de hablar y de vivir. Mayor sencillez no cabe.

Tanto en el fondo como en la forma. Porque Francisco es capaz de explicar las grandes verdades de la fe con palabras tan sencillas que todo el mundo entiende. Habla casi con titulares. Con frases cortas, directas, sencillas, unívocas.

Utiliza, a menudo, anécdotas y parábolas. Como Jesús con sus sencillos discípulos.

Utiliza imágenes y palabras-fuerza, que sugieren imágenes. Y todo ello adobado de gestos, que hablan más o tanto como las palabras.

Revolución en el lenguaje y revolución en el tono. Este Papa habla como una persona normal. Con el tono adecuado. A veces, muchas veces, apasionado. Y subraya lo que dice con los gestos de su cara y de sus manos. Habla mucho con las manos. Actúa sin exagerar. Conecta con naturalidad. Seduce, porque irradia simpatía, cariño, amor.

No hay nada engolado en él. Se ha abajado, se ha puesto a la altura de la gente. Habla con sentimientos, desde el alma. Pone el corazón en lo que dice. Se nota que lo que dice, sea lo que sea, guste o no guste, le sale de dentro.

Transmite verdad y la gente, tan desencantada de tanta mentira política y financiera, nota, a las primeras de cambio, que se puede confiar en él, que no engaña, que es transparente, que cumple y vive lo que dice, que en él no hay doblez ni doble moral ni hipocresía…

Revolución en la palabra oral del Papa y en su lenguaje corporal: abraza con fuerza, sonríe de verdad, choca la mano y no la deja flácida (como muchos eclesiásticos), levanta el pulgar en señal de alegría. Mira a la gente y, hasta cuando va en el papamóvil, es capaz de distinguir a los amigos y conocidos entre la multitud. Y bendice con sencillez. No arroja la bendición, no la impone, la comparte, la ofrece. Y besa a los niños como un abuelo. Y a los discapacitados como un padre-madre.

Por eso arrastra a las masas. Desde que ha llegado, miércoles y domingos, la plaza de San Pedro está siempre abarrotada. Es el "efecto Francisco".

 

Monseñor Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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