Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás

Sábado

Evangelio: Marcos 12,38-44

En aquel tiempo, decía Jesús también a las muchedum­bres mientras enseñaba:

-Tened cuidado con los maestros de la Ley, que gustan de pasearse lujosamente vestidos y de ser saludados por la calle. Buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes. Éstos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.

Jesús estaba sentado frente al lugar de las ofrendas y ob­servaba cómo la gente iba echando dinero en el cofre. Muchos ricos depositaban en cantidad. Pero llegó una viuda pobre, que echó dos monedas de muy poco valor. Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo:

-Os aseguro que esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás. Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.

 

ORATIO

Señor, qué rica es tu Palabra y qué clara tu enseñanza. En ellas encuentro mi vida, lo que soy y lo que me pides que llegue a ser. Cómo me reconozco, hoy, en la mezquindad de corazón de los maestros de la Ley, en esa autosuficiencia que nos hace presuntuosos frente a Dios y falsos ante la gente. Qué distante me siento y, al mismo tiempo, qué atraído por el ejemplo de Pablo y de la viuda. Concédeme, Señor, la coherencia de Pablo; esa coherencia que, primero, le lleva a la cárcel y, después, le da la fuerza y la autoridad moral para pedirle a Timoteo que tampoco él tenga miedo de anunciar el Evangelio. Concédeme la fe animosa y lineal de la viuda, que se entrega por completo y no se guarda nada porque está segura de que tú la proveerás. Debe de ser muy bello vivir así, con esta coherencia y esta certeza. Pero debe de ser también muy bello prepararse para morir de este modo, sintiendo la propia muerte como el inevitable desenlace de una vida convertida en don de manera progresiva, eligiendo morir como sangre «derramada en libación».

Señor, cuando llegue «el momento de mi partida», concédeme, en mi pequeñez, poder decir también: «He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe». Y la nada de la muerte se transformará en el todo de la vida eterna.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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